BABEL (CAPITULO II: PROMESAS)

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CAPITULO II: PROMESAS



Castillo de Darya, 1628

Josef siempre ha tenido la sensación de no ser más que un simple peón en manos del resto del mundo. Sobretodo de su padre.

No es que le importara mucho, total, si no estuviera en su situación, lo más probable es que tuviera que ganarse el pan luchando como soldado contra los turcos.

Pero le resultaba extraño el no haber podido ser él el que decidiera su futuro matrimonio, como hiciera su padre, si no que este fuera decidido por él, y por la que iba a ser su futura esposa, la cuál apenas pasaba los 20 años, pero que gobernaba el voivoidato de Valaquia como si del más experimentado de los hombres se tratara.

Mientras ella firmaba el último de los acuerdos anteriores a la boda, que se celebraría la semana siguiente, él la observaba.

Sus manos, pequeñas, sujetaban la pluma y el papel del acuerdo, el cuál parecía estar repasando por última vez mientras lo firmaba.

El rostro quedaba enmarcado por una gran golilla de encaje blanco, que, junto con el pelo recogido, pretendía darle un aire más adulto.

Cuando terminó de firmar, le entregó los papeles a su secretario personal, un hombre alto, vestido con un traje oscuro, y con una gran barba blanca; y se levantó de su silla. Acto seguido, sus damas de compañía, su secretario, y el resto de los nobles presentes en la sala, incluido el propio Josef, se levantaron.

Hizo una especie de gesto, como indicando a su séquito que no la siguiera, y se acercó hasta Josef.

- Acompañadme- le dijo- Quiero hablar con vos.

Ligeramente sorprendido, él la sigue fuera de la habitación, por varios pasillos, hasta un pequeño balcón, que parecía bastante apartado del resto del castillo. Ante ellos, un campo nevado que alcanzaba más allá de lo que podía abarcar la vista.

-Es mi lugar preferido de todo el castillo. Vengo aquí muchas veces para pensar en mis cosas, cuando todo parece sobrepasarme…

Su respiración ha ido haciéndose más pesada a medida que habla.

- ¿Os sucede algo, Caterina?- Josef le pregunta, cogiéndole la mano.- Porque no sólo me habéis traído aquí para mostrarme las magníficas vistas…

Ella esbozó algo parecido a una sonrisa en su rostro, pero su mirada era terriblemente triste. Cogió la otra mano de Josef y la acercó a su pecho.

- Quiero que me prometáis una cosa.

-Lo que me pidáis- respondió él- Lo cumpliré.

Ella tomó aire antes de hablar.

- Dentro de una semana seréis mi esposo. Gobernareis junto a mí toda Valaquia.
Pero tengo muchos enemigos y siempre he vivido con miedo a que si me pasara algo, si muriera, o fuera hecha prisionera, alguien decidiera matar a mi hijo… Debéis prometerme que si llegara a pasarme algo, le protegeréis, y le cuidareis como si fuera hijo vuestro. Que no lo abandonareis a su suerte, ni dejareis que le maten, ni le matareis…

Lo último le sorprendió un poco, aunque había oído algún caso en su familia de asesinatos para eliminar obstáculos a la sucesión del Principado. De todos modos, decidió mostrar una expresión segura para librar a su futura esposa de todo temor.

- Por supuesto que lo haré… Le protegeré con mi vida…


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Mick seguía sin comprenderlo. ¿Por qué le sonaba tanto aquella cara? Tenía la sensación de que conocía a aquella mujer, además desde hace bastante tiempo.
Quizás iba siendo hora de desempolvar los viejos álbumes de fotos. A lo mejor allí encontraría algo interesante.

Buscó en los armarios, hasta que al final encontró la caja con los álbumes al fondo del armario de su dormitorio. Las llevó hasta su despacho y se puso a mirar las fotografías con detenimiento, buscando algo, una pista que le llevara a resolver el misterio.

Pero nada… Tres álbumes de fotos revisados y nada.

A pesar de todo, cuando sacó el cuarto álbum de la caja, vio una foto al fondo de ésta. Parecía antigua, de los años 40, o 50, quizás.

Mick la cogió. Era una foto de la guerra, de cuando estuvo sirviendo en Italia. En ella, estaba con Leonard, otro de los miembros de su pelotón, el cuál había muerto el año pasado, y una chica, cuyo parecido con la mujer del retrato era sorprendente.
Giró la foto para ver si había algo escrito detrás.

“Mick, Leonard y Giovanna. Abril del 45.”

-¿Giovanna?- pensó Mick en voz alta

Volvió a girar la foto. Ella estaba sentada al lado de Leonard, con el que se casaría al terminar la guerra, para desaparecer cinco años después, dejándole al pobre con el corazón roto.

Llevaba el pelo largo recogido en una trenza, e iba vestida con unas botas y unos pantalones ligeramente desgastados y una camisa que parecía quedarle varias tallas más grande. Resultaba curioso compararla con la mujer tan elegantemente vestida del retrato, pero aún así, si había algo de lo que Mick St. John estaba seguro en ese momento, era que tanto Giovanna como la mujer del retrato eran la misma persona.
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Benjamin Talbot no sabía que hacer. Esa lista parecía perseguirle hasta en sus pesadillas más horribles.

¿Qué podía tener en común toda esa gente? Por mucho que pensara, por mucho que rebuscara en bases de datos, no lograba llegar a ninguna conclusión.

Hombres y mujeres, ricos y pobres, jóvenes y ancianos.

La lista no parecía seguir ninguna pauta que pudieran tener en común todos los que estaban allí nombrados. Por lo menos, ninguna que a él se le ocurriera, y que tuviera un mínimo de sentido.

Se sentó en la silla de su despacho y se bebió lo que quedaba del café de un trago. Estaba horriblemente frío.

Era de noche, por lo que la mayoría de la gente estaba ya en sus casas. Él había conseguido librarse de ir de copas bajo la excusa de que tenía que repasar el caso con el que se encontraba ahora.

Por supuesto que se quedaba repasando un caso, pero no era el que el resto del mundo pensaba, si no el de la dichosa lista.

Ahora mismo se encontraba buscando todo lo que pudiera encontrar, de manera legal, en diversas bases de datos de criminales, más que nada por comprobar si existía algún vínculo de delitos entre los miembros de la lista.

Pero seguíamos con lo mismo. No parecía existir nada en común.

De repente, sonó el teléfono. Talbot lo cogió y preguntó:

-Oficina del Fiscal del Distrito, ¿en qué puedo ayudarle?

- ¿Es Usted Benjamin Talbot?- Preguntó una voz grave desde la otra línea
La verdad es que no le inspiraba demasiada confianza, pero al final respondió:

- Sí, soy Benjamin Talbot…

-Bien, Señor Talbot.- Dijo la voz sin dejarle terminar de responder- Usted tiene algo que nos es muy preciado y necesario. Una lista. Sabemos que usted ha estado estudiando durante esos días a todas y cada una de las personas nombradas en ella. Sabemos que ha estado obsesionado con ella desde que la recibió…

-¡¡¿Pero cómo….?!!-pensó él, asustado

Comenzó a mirar alrededor de la habitación, en busca de cualquier indicio de cámaras ocultas, o algo parecido.

- No mire por el despacho, Señor Talbot. No encontrará ninguna cámara oculta, ni ningún artefacto espía…

Estaba asustado. Muy asustado.

-¡¿ SE PUEDE SABER QUÉ DIABLOS QUIERE DE MÍ?!- Le gritó al auricular, aterrado.

- Tranquilícese, Señor Talbot- Le dijo la voz del otro lado, que no parecía perder la calma en ningún momento.- Sólo queremos que nos ayude. Queremos esa lista, y toda la información que usted pueda aportarnos sobre la gente incluida allí…

- Oiga, ni siquiera sé quién es usted. No debería seguir con esta llamada- le dijo, interrumpiendo su discurso.

Se retiró el auricular del oído, preparado para estamparlo literalmente contra el teléfono, cuando la voz dijo:

- Y aún así, todavía no ha colgado el teléfono… Sabemos que usted quiere respuestas, Señor Talbot. Ayúdenos y las tendrá…

Dudaba sobre qué hacer. ¿Colgar el teléfono y seguir con las dudas? ¿O seguir con la llamada?

Sabía que tarde o temprano se arrepentiría, pero eligió la segunda opción. Volviendo a acercarse el auricular a la oreja, preguntó:

- ¿Qué tengo que hacer?

- Me alegra ver que por fin ha entrado en razón, Señor Talbot.- Dijo la voz, complacida porque al final, su estrategia hubiera tenido resultado- Debe dirigirse mañana por la noche al almacén 51 del Puerto de los Ángeles, el de la Bahía de San Pedro.

-Sé donde está.

- Bien entonces, le estaremos esperando, Señor Talbot. Ha tomado usted la decisión correcta.

Entonces, la voz colgó. Talbot hizo lo propio.

… la decisión correcta…

No comprendía porqué, pero le daba la sensación de que eso no era así…

Continuará

1 Comment:

Mrs.Hudson said...

Wow!
Buenísimo Claire!
Me gusta mucho la puesta en escena de los personajes...
Buen trabajo!

 
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